domingo, 26 de mayo de 2019

Fútbol gay

Era una viernes a la noche o un sábado, porque era un cumpleaños de alguien. Se había jugado una nueva fecha de las eliminatorias para el mundial fútbol de Francia 1998 -la selección argentina era dirigida por Daniel Passarella, quien se había manifestado en contra de tener jugadores gays en su equipo y que no aceptaba pelos largos ni aritos en sus jugadores-. Como en cada fiesta que se hacía en Paraná, todo se ponía lindo.



Paraná era donde funcionaba la Biblioteca LGTT -había sido sede de Gays DC también y allí había muerto Carlos Jáuregui-. Allí, en Paraná 157 seguíamos juntándonos quienes militábamos en el activismo LGBT+. Allí, vivían César Cigliutti y Marcelo Ferreyra, y mis visitas, que habían nacido como un lugar fuente-de-información para la revista NX, ya eran más frecuentes, especialmente los días viernes en los que se hacían tertulias de cine, de proyección de documentales, había mucha música, pasaba mucha gente del activismo, me formaba mucho escuchándolxs, se hacían hermosas cenas -con el aporte de muchxs de lxs asistentes, en dos largas mesas- y había noches en las que todo se interrumpía porque alguna compañera trans solicitaba asistencia jurídica para otra compa que había caído detenida; era una época donde ya no estaban en vigencia los edictos policiales, pero la policía seguía llevándoselas.


Aquella noche de tragos, de música y de muchas risas, estábamos sobre uno de los grandes ventanales del living de Paraná. Ventanas abiertas, no tanto por el calor -era mayo-, sino por la cantidad de humos que circulaban el ambiente: unos perfumados, pero otros muy tóxicos.


Oscar, pareja de Alejandro Soria, me preguntó cómo podía hacer para poner un aviso en la revista que convocara para jugar al fútbol entre gays. Le comenzaba a explicar que era sencillo: tenía que darme el texto y lo poníamos sin costo, cuando se acercó Gustavo Pecoraro y escuchó que hablábamos de fútbol. “A vos que te gusta el fútbol, ¿por qué no hacés una convocatoria?”. Le conté que Oscar quería poner un aviso. Me gustó también la idea si lo hacíamos para jugar fútbol 5, ya que hacía muchos años que no corría tras una pelota.


Quedamos en poner ambos avisos. El de Oscar fue para fútbol 11 y el mío, para fútbol 5. Salió en junio de 1997. Quería saber si había gays que jugaran al fútbol o solo había pocos, que eran tapados, y jamás se visibilizarían (ya sabíamos de varios jugadores de primera división que eran gays del armario).


Empezaron a llamar a mi casa porque había dejado ese número. Así que busqué un lugar donde íbamos a jugar con mis amigos del barrio de Caballito. Jai Alai, sobre la avenida Donato Álvarez (y Páez -a cien metros de donde fue secuestrado el compañero peronista Felipe Vallese en 1962), pero del lado de Flores (ya que la avenida divide ambos barrios). Para sorpresa de todxs lxs que fuimos -demás está decir que Peco fue el primero y quien luego organizaría todo de una manera más institucional-, el grupo era casi de veinte, que en un mes se incrementó a más de cuarenta. ¡Un exitazo!


La gente siguió llamando y mi respuesta era muy simple y directa: “Jugamos los martes, sale tanto -si no tenés no te preocupés y vení igual-, después nos quedamos a cenar (hay parrilla y fritas, con vinos, birras y gaseosa, que también pagamos entre todos)”.


Aquel avisito de “Fútbol Gay” disparó muchas cosas. Peco también puso su teléfono, luego pusimos avisos más grandes y a color, y el teléfono de la revista, para hacerlo más oficial. 


Aquellos primeros compas fueron Gustavo, Mario, Daniel, Darío, Adrián, Manuel, Carlos, Ale, Eduardo, Luis, Miguel B., Rodolfo, Gabriel, Miguel G., César. Recuerdo cuando llegó Fernando. Estaba trajeado, tenía una pintaza (varios quedamos flasheados con él), pero dijo que no había traído ropa, así que no jugó. La siguiente semana se prendió y un día nos contó que aquella primera vez había venido con su pilcha, pero que quería ver porque tenía sus dudas: pensaba que como putos seríamos horribles jugando. Y se sorprendió del juego de la mayoría y de la potencia que le poníamos para pelear cada pelota, especialmente me lo remarcó a mí. ¡Jaaaaa!


Una noche vino un catalán y nos dijo que se jugarían los Gay Games en Holanda el siguiente año. Otra noche pasaron dos alemanes, que jugaron también un partido, y nos contaron de lo que pasaba afuera. Y decidimos que para tener la posibilidad de viajar a Amsterdam teníamos que constituirnos como organización. Así que en febrero de 1998 armamos la DAG: Deportistas Argentinos Gays (porque ya había un grupo que también hacía tenis), fuimos a Holanda en agosto y con los años el equipo terminó llamándose Los Dogos, al que muchxs señalan como la selección gay de fútbol argentino, que todavía sigue. Un orgullo máximo del que pude formar parte… pero eso es otra historia.


Aquel 1997 nos enriqueció como amigos, deportistas, militantes y pudimos empezar a decir que los gays jugábamos al fútbol, que en el vestuario no pasaba más que lo que pasaba en los vestuarios de cualquier equipo (ya que era la pregunta frecuente) y que era hora de romper estereotipos y de ampliar los horizontes hacia muchos deportes que, afortunadamente, comenzaron a impulsar diferentes grupos de pibes primero, luego de lesbianas, bisexuales, trans y mixtos, que se animaron, y que aquella movida, hace veintidós años, motivó a mexicanxs, uruguayxs, chilenxs, peruanxs, brasilerxs y paraguayxs a animarse a hacer sus equipos de fútbol gay.



Diego TL

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