martes, 21 de mayo de 2019

Tengo un ligero vahído

Una mañana Carlos Jáuregui dormía. Se había acostado tarde, seguramente por alguna trasnochada en el boliche Contramano. Recuerdo que la primera vez que charlamos entre copas fue en ese mismo lugar, luego de la primera edición de entrega de los premios Nexo, que a partir de ese año, y por muchos más, formaría parte de esas galas anuales en los que premiábamos, desde el Grupo Nexo, a artistas, referentes de la militancia LGBT+, a profesionales de la salud, a comunicadorxs y otrxs tantos. Esa noche, luego de tantas emociones, lo avancé para compartir mi admiración por su hermano Roberto (que hacía muy poco había fallecido) y por él, a quien empezaba a respetar cada día más como un frontal activista por la lucha de los derechos de la comunidad. Me dijo -a mi pregunta incisiva de qué era lo que más le molestaba al ser tan visible- que ya le costaba ir a determinados espacios porque al ser tan conocido le jugaba en contra. Y de lo que hablábamos, específicamente, fue en cuanto a relacionarse afectivamente con alguien.   



Aquella mañana, en la sede que compartíamos Nexo y Gays DC (el grupo militante que encabezaba Carlos), por alguna razón -quizás por un cierre de una nueva edición de la revista NX, periodismo gay para todos, donde yo trabajaba- llegamos temprano con Oscar Vitelleschi -editor y jefe de Redacción, compañero y amigo-. Ni señales de Carlos, que tenía su habitación al subir una escalera que estaba en el medio del patio-pasillo del lugar. Al mediodía llegó Enrique Vidal -el encargado del sector Publicidad- que nos animó a prepararnos o a pedir algo para almorzar. Lo fuimos a invitar a Carlos, fue Silvina Bonezzi -que era una compañera que escribía en el suplemento Zona Lésbica y trabajaba para Nexo-, pero le dijo que no se sentía para nada bien. Así que almorzamos y el día siguió como casi siempre.

A la tarde, Carlos nos pidió un té, que le preparó y llevó Sil -seguramente de algunas hierbas, porque no se sentía muy bien-. Alrededor de las 19, se abrió la puerta del salón principal de reuniones. Todavía estábamos Oscar y yo, y creo que estaba Gonzalo Laborde -que formaba parte del equipo de Redacción-. Era Carlos que nos pedía un favor.

-Tengo un ligero vahído -nos soltó con una pesadumbre enorme y una cara que hablaba por sí sola.

-Sí, ¿qué necesitas? -le dije.

-¿Vas al super y me traés un gancia y una soda?

Desde ese día, cada tarde en la que nos quedábamos con Oscar hasta tarde y pintaban ganas de unas birras con Carlos Mendes -el director Editorial-, con los Enrique -Vidal y Tagliafico (que se encargaba de la distribución y de la Agenda de contactos)- y con Gonzalo, le decíamos a Carlos Jáuregui (si estaba en el fondo, en la oficina de Gays DC): “Tenemos un ligero vahído. ¿Te prendés a unas birras o a un gancia?”.

En 2010, con Gustavo Pecoraro planificábamos hacer un programa radial. Le dije: “Tengo el nombre”. Le conté la anécdota y juntos con Vida Morant (en la conducción) y Leandro Fuentes (en la programación musical) creamos “El Vahído”, del que formé parte por tres años y que aún sigue firme con Peco al frente. 



Diego TL

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