martes, 20 de junio de 2017

Hicimos camino al andar: a 20 años de "Fútbol Gay"

 En un país machista, patriarcal, donde un niño tiene que jugar al fútbol casi obligatoriamente y hay que vestirlo de celeste, y no deben quedar dudas de que es viril, en 1997, un grupo de gays pensamos y tomamos lo que Jáuregui claramente pudo expresar en una frase, que en “una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”. No fue casual que esa frase de Carlos explotara en formato de fútbol como respuesta a lo que nos sucedía en ese contexto, en el que el director técnico de la Selección Argentina de Fútbol había dicho que no tendría gays en su equipo, y Carlos, que había acompañado una campaña para concientizar sobre los dichos del DT, un año y medio antes, me había dicho: “¿Por qué no hacés un equipo de fútbol gay?”.




Fue en una de las típicas Cenas de los Viernes, en la calle Paraná (donde está ahora Casa Jáuregui), o quizás un sábado de mayo, en alguno de los cumpleaños que se festejaban allí, cuando, luego de un partido de eliminatorias para el Mundial de Francia 98, una charla lo definió. Fue el activista LGBT, periodista y escritor Gustavo Pecoraro quien me dijo: “A vos que te encanta jugar al fútbol, ¿por qué no hacés una convocatoria?”. Lo hablé con mis compañeros de la revista NX, Periodismo Gay para Todos, que editábamos desde el Grupo Nexo, y publiqué un aviso que se tituló “FÚTBOL GAY”. Pecoraro fue el primero en sumarse. El aviso salió en el número de junio y respondieron unas quince personas. Demasiadas para un contexto en el que no te contactabas por mail, sino que ponías la voz y te animabas, entre dudas y balbuceos, a decirle a quien atendía: “Llamo por el aviso…”. No llegaba a terminar la frase. Había un silencio que se perdía hasta encontrarse con la respuesta de parte nuestra: “... de Fútbol Gay”.
Era un contexto diferente al actual. Por un lado, se habían caído los edictos policiales -aunque aún la policía nos perseguía, detenía y golpeaba-, la Ciudad de Buenos Aires era Autónoma y en su Constitución establecía el “Derecho a ser diferente”, que expresaba en su artículo 11 que no podía discriminarse, entre otras cosas, por “orientación sexual” (algo que no contemplaba ni contempla aún la Constitución Nacional). Los albergues transitorios abrían sus puertas a parejas del mismo sexo, aunque había muchos, como el de Larrea y Córdoba, Desireé creo que se llamaba, que siempre había posibilitado el acceso sin ningún inconveniente. Sin embargo, la igualdad real estaba lejos y para tener igualdad legal, aún estábamos en un período de construcción que se posibilitaría más adelante, mucho más adelante.
Jugar al fútbol entre gays era la premisa. No existía ni existe un “fútbol gay”. No hay deportes LGBT. La idea fue (es) que esos grupos deportivos sean abiertos e inclusivos, que no haya discriminación. El fútbol no es ni heterosexual ni gay, es solamente fútbol. Pero teníamos que llamar la atención para que otros chicos gays se animaran a romper esa barrera machista que nos frenaba a todos de la posibilidad de disfrutar, de hacer deporte –nada menos que fútbol–, sin tener que escondernos ni ocultarnos. El fútbol es fútbol y lo puede jugar cualquiera. Pero un aviso que dijera “FÚTBOL GAY” resultaba atractivo y generó que al mes, cuando publicamos el segundo aviso, ya fuéramos como 30.
Aunque juntarnos entre putos que nos gustaba al fútbol despertaba muchas fantasías en todos, incluyéndome, siempre fuimos muy respetuosos de quien llamaba y muy concretos: “Jugamos todos los martes en Jai Alai, en Caballito –era Flores en realidad–, pagamos la cancha entre todos, luego nos quedamos a comer parrillada con papas fritas y ensaladas. Si te copa, venite media hora antes así te cambias tranquilo”. Había una camaradería absoluta, un compañerismo que se extendió a otras actividades, cenas con pastas en distintas casas, y que perdura en la gran mayoría hasta hoy. No había que ser macho para jugar al fútbol. Había que tener ganas. Y las tuvieron muchos, que sumaron amigos. Se prendieron heterosexuales, se armó un equipo de chicos que jugaban al tenis, tuvimos que pasar a un complejo más grande porque no dábamos abasto. Nos fuimos a la calle Maza al 700, Campus, en Almagro. Nos ayudó enormemente con indumentarias y otras cosas el boliche Contramano y surgió la posibilidad de constituirnos como una asociación civil sin fines de lucro con la idea de competir en Ámsterdam, en agosto de 1998, en los “Gay Games”. El 23 de febrero fundamos Deportistas Argentinos Gays (DAG).
Aquel aviso de “FÚTBOL GAY” abrió muchas puertas y ventanas. Permitió que se hablara de fútbol en otro contexto, que el suplemento deportivo Olé nos hiciera una nota, lo mismo que revista Noticias, diario Popular, revista Viva, que nos invitaran a programas de televisión como el de Susana Giménez o Atorrantes con el Pato Galván y Fierita, que nos cubriera en Holanda el Showmatch de Tinelli, pero más allá del cholulaje que despertaba eso, habíamos puesto en discusión la hombría en el fútbol. Nos pasaba muchas veces que nos decían: “Ustedes son muy machos en la cancha”, “Qué huevo que tienen”, “Cómo meten”. Todas frases que se deshacían porque nos divertíamos, mariconeábamos y nos importaba muy poco todo ese bagaje cultural machista que a la vez intentábamos deconstruir y desintegrar.
Eran épocas difíciles, donde el virus del VIH, aunque empezaba a ser combatido con los nuevos cócteles, aún se llevaba a muchxs compañerxs –César González fue uno de los chicos que jamás se animó a hablar del tema. Nos despedimos antes de viajar a Holanda y al regresar había fallecido por no saber qué hacer o cómo hablar de eso. Tenía 26 años, creo–. Era una época donde la ausencia de Jáuregui, que había sabido unir a tantos grupos en aras de potenciar una militancia LGBT, comenzaba a dispararse en muchas direcciones: por un lado, con el crecimiento de muchas figuritas que nunca más pudieron ser bajadas de sus pedestales de sabiondxs de poco y nada, y por otro, con la fortaleza de la militancia que, debo reconocer, tuvo un lugar distintivo en las compañeras lesbianas y trans. Eran épocas en las que muchos pibes llegaban con cierta timidez, no se animaban a jugar porque creían que éramos malos jugadores (esa asociación que sos hétero y bueno, y gay y malo) hasta que nos veían en la cancha y se sorprendían. Era ahí, en la cancha, donde sus propios prejuicios machistas se derribaban.
Con los años, se crearon más espacios de diversidad en el deporte. Muchos se animaron a expandirse y así se crearon el equipo del boliche América (que jugó el mundial de Argentina), Los Dogos (que hasta 2015 formaban parte de la DAG -hasta que esta se disolvió- y ganaron el mundial 2007 en nuestro país, entre otros torneos), la SAFG (ahora más conocidos como Los Toros, que ganaron los Out Games 2017 y varios campeonatos más), Adapli (que nuclea diversos deportes), Gapef (que tiene su propio equipo y promueve una liga de fútbol donde participan diversos equipos gays), el Club Osos de Buenos Aires, Cóndores, Leones FC, Boomerang, Lobos Argentina. Podría seguir enumerando espacios que intensifican sus propuestas por la diversidad, por la inclusión, lugares que entienden que es posible jugar al fútbol sin discriminación, sin faltarle el respeto a nadie, sin decir “puto” o “marica” a alguien como sinónimo de “cagón”, de “miedoso”, de “traidor”; que entienden que nuestrxs hermanxs peruanxs, bolivianxs, chilenxs, paraguayxs, judíxs son iguales a nosotrxs y no merecen padecer agravios como los que suelen manifestarse en muchos de los partidos de fútbol, organizados por la AFA.
Hay un lugar, ese que propusimos en junio de 1997, hace veinte años, que siempre es una medida justa para evaluar los espacios en los que estoy, en los que participo, en la militancia o en el deporte, en la actualidad. Esa medida sirve para entender que hay espacios que aún no logran comprender qué es la igualdad y la diversidad, que solo construyen para sí mismos, que juntan sellos para venderse afuera del “taper LGBT” como progres, inclusivxs, diversxs, cuando sabemos muy bien, quienes estamos en lo cotidiano del taper LGBT, que no llegan a sumar diez personas, aunque se atribuyan el manejo de doscientas o de trescientas. Pero se arrogan, y en esa arrogancia no ven, no escuchan, no permiten que otras voces se sumen, porque siempre (y lo he vivenciado en este último año y medio de manera personal, en textos y posteos que leí, en videos y audios que me compartieron) vuelve a aparecer ese machismo, esa intolerancia, esa marca de “a ver quién la tiene más grande”, que es precisamente lo que intentamos deconstruir y desintegrar allá por 1997.
Las nuevas generaciones merecen conocer lo que pasó. Entender que es posible que existan equipos gays de fútbol porque hubo gente que se animó cuando no era fácil la visibilidad, y porque luego nuevas leyes hicieron posible que la igualdad sea legal, aunque nos falta bastante –como decimos desde la Federación Argentina LGBT (donde participo en el equipo de Prensa y Comunicación)– para alcanzar la igualdad real. Pero en 1997, a fines de ese mes de junio, cuando salió el aviso de “FÚTBOL GAY” en una revista, lo hicimos real, lo creímos posible, derribamos prejuicios, nos envalentonamos y encendimos la mecha de un camino que tendría grandes logros para nuestro país en quienes continuaron la militancia y la lucha permanente por la igualdad de derechos. Aunque todavía creo que para muchxs todo está siempre circunscrito por el chotocentrismo (como diría Maestra Chela Bacacay) de la Ciudad de Buenos Aires, y lo que nos pasaba hace veinte años, sucede todavía en cada punto recóndito de la Argentina LGBT. Por eso hay que ser visibles, por eso hay que sostener la bandera de la memoria, por eso hay que construir desde la diversidad absoluta.

Diego TL


Nota publicada en la revista Brutal, en junio de 2017.-

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El mural

  La foto es de 1996, donde estaba la sede del Grupo Nexo, la redacción de la revista NX, periodismo gay para todos, y la oficina de Gays po...